Pastorin
(10 de Julio de 1972)
Comí con mi hijo Juan en Santa Marina de Orbigo después de soltar un disco en León a los pacientes alumnos del curso para extranjeros. El día absolutamente despejado, con un sol rutilante – implacable y pugnaz en los abrigaños- no presagiaba nada bueno. Pero por si las condiciones externas no fueran suficientemente descorazonadoras, Patricio el guarda se encargo de aguar aun más la fiesta:
Poco queda por hacer hoy, como no lo arregle este.
Y señalaba para un hombre de media edad y media estatura, aplicado en armar sobre un velador de mármol una cuerda de cuatro moscos. A mi mirada interrogadora, el desconocido respondió poniéndose de pie y alargándome una tarjeta:
<<>>)
-Montador de mosquito para la trucha-
BENAVIDES DE ORBIGO.
Patricio que andaba al quite agrego: Ahí donde le ve, acaban de darle el segundo premio como montador de moscos en la Semana de la Trucha.
A un gesto de Pastorin nos sentamos alrededor del velador. Inspecciono con ojo crítico nuestros aparejos y, por primera providencia nos informo que en el mes de Julio las saltonas que llevábamos no servían para tentar a la trucha del Orbigo:
En este río hace falta algo mas llamativo ¿comprende? Un mosco de más enjudia. ¡Miren, cosa bonita! – Extrajo de su caja de dos pisos una mosca de apretado plumaje y doble cuerpo- : Observe, mire el pelo de Boñar legítimo.
En las aldeas de Boñar, en plena sierra, los campesinos encuentran en la cría de gallos de raza un sobresueldo. Hoy en día la trucha leonesa mueve mucha gente y muchos intereses. Y rn torno a este deporte prolifera una industria que se desflaca en las más insospechadas direcciones:
A más de cien pesetas la docena de plumas vengo pagando. No crea que las regalan.
Los moscones de Pastorin son macizos, lustrosos, llamativos, apetecibles. Moscos elaborados con pluma de los gallos de Boñar, los más acreditados del mercado.
En los caseríos montañeses, rara es la familia que no cría media docena de gallos para comerciar con las desplumaduras. Un negocio modesto y saneado dentro de una inversión minima. Uno apunta tímidamente:
Dígame Pastorin ¿ y no aguantaba usted mas bajándose para casa una docena de gallos?
Pastorin hinca la barbilla en el pecho, me mira conmiserativamente y sonríe con media boca. Es hombre sobrio de verbo comedido. Parece regodearse en su respuesta.
El gallo serrano, para que usted lo sepa, de que le saca usted de su medio pierde el lustre. El mosquito no vale. No me pregunte el porque pero es así.
¡Ah!
Pastorin desmonta con dedos expertos las moscas saltonas de nuestros aparejos y las va sustituyendo por las suyas:
Si en la serena no pescan con las moscas de Pastorin no pescan con ninguna. Y si no, al tiempo.
Los gallos de Boñar, los abigarrados gallos de la sierra, pelan, por termino medio tres veces por año. Si uno piensa en las plumas que tiene un gallo y mentalmente hace cuentas le tienta la codicia:
Tampoco se piense usted que todo el monte es orégano. De cada gallo y cada pelada no se aprovechan arriba de dos o tres docenas de plumas.
Ya.
Minutos después de las cuatro de la tarde irrumpen en el establecimiento Carlos Mondejar y monsieur Courtial.:
Vienen congestionados, sudorosos, pero con las cestas llenas de truchas, ejemplares eminentes de no menos de tres partes de kilo. Me encandilo:
Así que se dan bien………………………
Con la tralla fijo. Con la cuerda no vas a pescar más que una insolación.
¿Tan mal anda eso?
Carlos Mondejar rompe a reír y con la caña enfundada apunta hacia la mesa donde se afana Pastorin:
Honradamente, ¿tú crees que si se dieran a pluma andaría ese ahí?
Pastorin no se altera. Baja la barbilla, sonríe con media boca y sin levantar los ojos del aparejo dice:
Mañana tengo yo coto. ¿Se juegan ustedes algo a que a mediodía he atrapado el cupo? Con la boya, por supuesto. Y seleccionadas. Si no clavo yo mañana sesenta truchas para escoger dejaría entonces de ser quien soy.
La conversación se enreda y Juan y yo abandonamos el alboroto del bar y descendemos hacia el río. En la rebalsa del puente se divisan docenas de truchas soleándose. Apenas se mueven. De tarde en tarde, un ejemplar sube y boquea indolentemente en las aguas inmóviles. Otro deambula sin rumbo y se detiene un momento hociqueando en las berreras del fondo. Mi hijo Juan se exalta:
Con tanto bicho alguno picara digo yo.
Pero la trucha en este tiempo estival, anda emperezada. A lo largo de tres horas no hago otra cosa que cambiar la cucharilla por el mosco y a la inversa. Esfuerzo vano. Los peces no están por la labor. Al ponerse el sol, aparece Pastorin en el camino del estero, pedaleando en su bicicleta:
¿Qué?
Mal. Una agarre a cucharilla. ¿Por qué no nos hace usted una demostración?
Pastorin se apea. Viene muy puesto, de zapatos y americana. Con calma – en su preparativo no cabe la prisa- amarra en la línea una cuerda de su marca.
Brinca de piedra en piedra con pasmosa seguridad e inicia las varadas con mi caña con tanta precisión como si en la vida hubiera manejado otra. Su sistema de lanzar es muy personal. Da vuelta al buldo por detrás de su cabeza para tomar impulso y el aparejo atraviesa el río como un proyectil. Pastorin lanza aguas arriba, sesgado y recoge – la caña arbolada – al ritmo de la corriente. Apenas han transcurrido quince minutos cuando vocea:
¡Ya esta!
El pez salpica en la otra orilla al sentirse preso y Pastorin levanta la caña y arrastra la trucha sin apresuramientos, dando la impresión de que es ella quien dirige, hasta la cascajera, a sus pies, de manera que el pez cambia de medio sin alborotarse:
No es grande, pero hace bocado. ¡Ve ahí, en la saltona!
Es un bello ejemplar de cuarto de kilo que Pastorin desnuca con habilidad profesional:
Ya caerán mas.
Pastorin trabaja insistentemente un raudal de aguas someras y espumosas, pero su sabiduría se manifiesta, entes que en el lance y la recogida, al entrar la cuerda en las tornas de la orilla. En ese trance, mueve la saltona tecleando la línea, con expertos, sensibles dedos de guitarrista. El secreto de Pastorin no es tal secreto o, si lo prefieren es un secreto a voces: Pastorin pesca con mosco ahogado pero sosteniendo la saltona en superficie, como mosca seca. Lo que el hace, caña en mano, es evidente.
La dificultad radica en imitarle: su delicadeza para posar el buldo, su temple para tensar la cuerda sin arar el río, su gracia para esgrimir la saltona……. En suma en la precisa exactitud de sus movimientos. De este modo, sin moverse apenas del sitio, va sumando truchas, una, dos, tres hasta cinco en poco más de media hora. Uno, al tiempo que se le desborda la admiración, siente la humillante sensación de que nunca en estas artes de la pesca pasara de ser un aprendiz. Sensación inevitable ante estos hombres de ribera, que pasaron cuarenta años junto al río y la caña en sus manos es como una prolongación de los mismos: No se preocupe. Vera como ahora, con la serena, también pesca usted.
Dios le oiga Pastorin
Este es mi relato favorito del libro de D. Miguel Delibes Mis amigas las truchas, libro de obligada lectura para todos los aficionados a este fascinante mundo de la pesca, espero que os guste.
Buen relato de un libro imprescindible para cualquier pescador, y que decir del gran Miguel Delibes! sobrán las palabras
ResponderEliminarEsto es una pasada, estáis enriqueciendo el blog, ahora tocándonos los recuerdos con nostalgia...sólo os puedo animar que no decaigáis. Gracias.
ResponderEliminarSaludos y buena pesca.